¿Por qué seguimos leyendo `El Principito´ de Saint-Exupéry?


Cae la tarde. A la salida de cualquier colegio te interrumpe el cavilar una algarabía de gritos de guerra, ruidosas declaraciones de incontenible felicidad, risas estridentes o chillidos que lloriquean por un abrazo maternal. Suena el timbre de las cinco y los niños salen disparados y disparatados de las aulas, eufóricos. Cargados con sus pintorescas mochilas, de mayor envergadura que sus espaldas, y exhibiendo con orgullo alguna manualidad hecha con dos cartones endebles y sucios garabateados con crayones.

Si arrimas la oreja, con disimulo, puedes escuchar la aguda voz de un pequeño pirata atroz que alza un palo de chupa chups, barnizado en una viscosa capa de baba, y que exclama que va a atravesar con su temible espada el escuálido cuerpo de su amigo. Pero el amigo se defiende y con serenidad, mirando fijamente a su bárbaro oponente, le advierte que si acerca el filo de su arma padecerá la tortura de un ejército despiadado de estrellas. El pirata, evidentemente, se asusta. Miles de historias así acontecen cada día en el recreo de un patio escolar. El principito de Saint-Exupéry podría ser cualquiera de ellos. Cualquier rey, avestruz o caimán con apariencia de niño y capaz de dialogar con una rosa. ¿Tú, lector adulto, puedes imaginar a las estrellas cargando sus puntiagudas lanzas?


Antoine de Saint-Exupéry, célebre escritor y aviador francés, publicó en 1943 un pequeño libro titulado El Principito. La obra se ha traducido a  250 idiomas y aún se siguen vendiendo ejemplares alrededor del mundo. No sería temerario elevarlo a la categoría de clásico de la literatura, ya que ha resistido al severo juicio del tiempo y su lectura proporciona múltiples interpretaciones. Resulta oportuno cuestionarse por qué sigue reuniendo fervorosos adeptos y cuáles son los secretos de su éxito.

“Al releerlo descubrimos nuevos aspectos. No solo de la propia obra, sino de la personalidad del autor e incluso de nosotros mismos”

El dependiente de la librería de segunda mano Tenifer en San Cristóbal de La Laguna y apasionado de la Literatura, Miguel Ángel Hernández, comenta que El Principito le golpeó en el corazón desde la primera vez que lo leyó y asegura que ha regresado a él en varias ocasiones. “Me fascinó desde la primera página. Nos revela que nos estamos olvidando de nuestra visión de niño. ¿Qué decían los místicos como Jesús? Dejad que los que piensan y sientan como niños se acerquen a mí”, explica el librero mientras sacude los brazos, a un lado y a otro, con entusiasmo. E insiste en que El Principito es una llamada a no perder jamás la capacidad de asombro. “Las personas que lo suelen releer periódicamente se mantienen jóvenes. Tienen una sonrisa en los ojos”, detalla Hernández.

Además menciona que la polivalencia de significados del libro es uno de los elementos principales que dotan de un gran valor artístico a la obra de Saint-Exupéry. Y alude a lo siguiente: “Al releerlo descubrimos nuevos aspectos. No solo de la propia historia, sino de la personalidad del autor e incluso de nosotros mismos. Lo puede leer un niño de 8 años y un viejo de 80”. Destaca que esta característica está ausente en la narrativa contemporánea, que a su juicio es mero entretenimiento y carece de alegorías.

¿El sombrero o la boa devorando a un elefante?

El Principito comienza narrándonos la historia de un aviador que un remoto día soñó con ser pintor. Cuando era pequeño, muchísimo antes de decantarse por pilotar aviones, dibujó su primera y escalofriante obra maestra (una boa devorando sin masticar a un elefante) y la mostró a algunas personas grandes para comprobar si producía terror. “¿Te asusta?”, preguntaba el aspirante a artista a los adultos. “¿Por qué habrá de asustar un sombrero?”, recibía siempre como respuesta. Entonces dibujó el interior de la serpiente para que los mayores pudieran comprender. Ellos le aconsejaron que renegara de la ensoñación de dibujar animales abiertos o cerrados y que, por el contrario, se interesara por el cálculo, la historia, la geografía o las matemáticas.  Así fue cómo renunció a ser artista.

                                                                                                                        Antoine de Saint-Exupéry. Fotografía: Hipertextual

Más adelante, ya con el semblante arrugado del adulto, le falla el motor de la avioneta en una expedición y aterriza forzosamente en el desierto del Sahara. Allí conoce a un niño de cabellera dorada y muy preguntón que dice provenir del asteroide B-612. El joven le pide al piloto que le dibuje un cordero, pero ya se ha olvidado de pintar. Finalmente le entrega un bosquejo y el principito se inclina hacia la hoja y dice: “No tan pequeño… ¡Mira! Se ha dormido…”

“`El Principito´ nos demuestra que al ser adultos perdemos la fascinación por lo simple”

Víctor Álamo, escritor tinerfeño y autor de Mareas y murmullos u Omar el niño cangrejo, apunta que “el libro juega constantemente a revelarnos nuestra ceguera al toparnos solo con un sombrero. A nuestra incapacidad de observar planetas o de creer en los telescopios… Siempre juega esa frontera donde nos recuerda que el adulto es incapaz de creer en la magia. Y la magia existe”. Además, argumenta que las cosas no son como parecen y todo depende del telescopio con que se contemple la realidad, del ojo que mira. El artista considera que El Principito es una obra emblemática y que gusta en todas partes del mundo debido a dos características: la prosa que juega a la poesía y el utilizar el formato de cuento infantil para hablar a todas las edades. “Tiene lo mejor de la poesía. Es decir, contiene sugerencias. El gran poema no tiene solo una lectura, sino que es capaz de estallar en varias. El Principito ahí es una obra muy especial, ya que siendo prosa es capaz de estar repleta de sugerencias”, matiza Álamo.

El célebre filósofo judío Baruch Spinoza llegó a afirmar que la mirada del niño constituye “el punto de vista de la eternidad”. Es decir, los ojos tintineantes y bien abiertos de la niñez están en contacto directo e inmediato con el presente. Quizás por esta razón los recuerdos de nuestra infancia se mantienen imborrables. “El Principito nos demuestra que al ser adultos perdemos la fascinación por lo simple, olvidamos el pensamiento aparentemente más inocente del niño. Gran parte de los descubrimientos científicos y literarios, a menudo, vienen de mirar las cosas con la ingenuidad propia de la infancia. Por ejemplo, cuando una manzana golpea en la sien a Newton”, afirma el autor tinerfeño. Y añade que el escritor debe conservar esa óptica que permite indagar  y revelar las diferentes texturas que componen la realidad. Ir más allá de un “realismo bobalicón”. Y afirma que a él le interesa una narrativa más próxima a la gran poesía.

                                                                                             Antoine de Saint-Exupéry desapareció el 31 de julio de 1944. Fotografía: La Vanguardia.

Resulta probable que más de uno contemple a El Principito como un libro infantil debido a las innumerables ilustraciones que decoran sus páginas y por la brevedad y sencillez del texto. Álamo considera que Saint-Exupéry dio en el clavo  porque “fue capaz de pasar a formato de cuento infantil un contenido que sí es para adultos. Ya que transmite una idea compleja, abstracta”. En esta misma línea, Patricia Pareja Ríos, licenciada en Filología Francesa por la Universidad Central de Barcelona, afirma que es un libro para todos los públicos. “Los niños se quedarán con esa vivencia de varios planetas y con el mensaje de la amistad a partir de la relación que mantiene el principito con la rosa. Los mayores tenderemos a ver como en cada planeta están representadas las desdichas del ser humano, como el egoísmo o la ambición”.

Una visita al asteroide B-612

Quien haya leído este librito puede que se aventure en este invierno a correr, de vez en cuando, las finas cortinas que disimulan el negro de la noche. Apagará la luz de la habitación vacía. Abrirá la ventana y acogerá al viento entre sus muebles. Se abrochara el abrigo hasta el ultimo botón. Los ojos tenderán a cerrarse en repetidas ocasiones, levemente dolidos por el roce de un aire invernal. Se enfriarán las estanterías y sus libros, los armarios, la colcha de la cama y los mofletes enrojecerán. Elevará la mirada hacia el firmamento. Unas luces amarillas tiemblan o tiritan de frío a lo lejos. Próximas a la luna. Parece que oyes el sonido de millares de cascabeles agitados con vehemencia o quizás una risa amiga. Una risa amiga… Una lágrima tirita, tiembla en el ojo. El párpado se derrumba. Recuerdas la pesadumbre de tu soledad, aquella renuncia de dirigir la conversación hacia una utopía, una mentira, el dibujo que locamente enamorado le regalaste a una chica en infantil, el desierto y un suicidio y una muerte y una rosa. Jamás olvidaré a aquel principito. Regresó a su asteroide para salvar a una flor. Debe estar allí arriba, en el asteroide B-612. Escuchas una carcajada donde otro anda cabizbajo ante la apatía del universo. Saint-Exupéry diría: no solo hay estrellas tiritando de frío en el cielo.

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