El sueño de Luis

Luis está acostado sobre una toalla azulgris de la que sobresalen unos largos pies descalzos. Me fijo en la planta de sus pies y lucen un blanco casi fantasmagórico. No suele ir a la playa. Trabaja mucho, seis días a la semana. Tiene sus ojos marrón avellana cerrados para evitar que el sol escueza en la pupila. Su corpulento cuerpo yace en reposo, permitiendo que los últimos y cálidos alientos de un sol de verano toquen su piel. Hoy es el día libre, domingo. Por eso Luis está aquí, junto a nosotros, disfrutando de esta agradable tarde de playa en Noviembre. 

Ahora zarandea con disimulo la cabeza para ahuyentar a una ruidosa mosca que revolotea por su nariz. Tuerce el cuello, arruga el ceño y decide propiciarle un duro manotazo, pero el insecto  esquiva la mano y los enfurecidos dedos embisten contra la nariz de Luis. Se ríe de la autoflagelación, sin mostrar la dentadura, y eleva el busto de la húmeda toalla, inclinándose con oriental parsimonia y dejando que el sol le encubra el dorso. Se sienta con las piernas cruzadas y mira atento, con turbada seriedad, como las olas se deshacen y estallan en violentos chorros de espuma al colisionar contra las rocas que bordean el pequeño charco. Temo interrumpirlo, aparenta estar sumido en un pensamiento recurrente, alguna de esas ideas obsesivas que nos ofuscan día y noche. Introduciré la pregunta a través de algún apunte banal. ¿Por qué dejo de estudiar y se aventuró a buscar trabajo sin Bachillerato?

Yo: Parece que el mar quiere echarnos.

Luis: Está brava (y suelta una risa cohibida y entrecortada. Estira los labios sin mostrar sus dientes, como si sintiera pudor en enseñarlos.)

El abandono

Yo: Tío…, perdona que te haga esta pregunta. Puede que no sea el momento, pero… ¿Por qué dejaste de estudiar?

Luis: ¿Por qué dejé de estudiar?... Mira… (Tarda unos segundos en contestar. Mueve los ojos a un lado y a otro) Nunca he sido buen estudiante. No porque no pueda, sino que no he querido. Cuando era más pequeño no pensaba en tener estudios en el futuro.  ¿Qué prefiero: estar aquí aprendiendo Literatura o ir al parque a hablar con los amigos? Así que creo que no tomé una decisión errónea, sino distinta. Dejar de estudiar, pero para ponerme a trabajar… no para estar en casa botado. 

Pregunta: ¿Y no te has arrepentido?

Luis: No, porque a partir de esa decisión he creado mi vida. Me va bien.

Pregunta: ¿Cómo es esa vida?

Luis: Pues con una pareja con la que llevo dos años, con la que vivo. Con veintiún años, tú dirás. Llevar dos años con ella. En todas las parejas hay más y menos. Es una buena compañía. Gracias a la decisión tengo a mi perro. Me va bien, la verdad.

Yo: ¿Y en el instituto o en el colegio no aprendiste nada?

Luis: Poco. He aprendido más estos dos años trabajando, que en toda mi etapa estudiantil. En el colegio aprendí a tener un poco de empatía y poco más. No aprendí nada práctico en el colegio.

Un recuerdo común

(Luis estudió junto a mí en el Colegio Nuryana. Después, cada uno, escogió un instituto distinto para cursar el Bachillerato. Recuerdo  una lección de Física, justo en 3º de la ESO, en la que Luis y yo tuvimos que echar una carrera en un estrecho aula de menos de 50 metros. El profesor pidió, bajo el pretexto de la cuestión de la velocidad, que los dos más rápidos del curso se batieran en duelo. Los compañeros vociferaron a gritos mi nombre y el de Luis, éramos los justos y aclamados competidores por aquella audiencia de voces estridentes. Él ganó. Me resbalé a la salida debido a las desgastadas suelas de mis zapatos de deporte. Fue vergonzoso. Recuerdo que le encantaba hacer ejercicio. Era un potencial gimnasta olímpico. Solo le veía sonreír mientras corría, con la melena repeinada hacia atrás a lametazos de viento. También al saltar hacia el aro de la canasta para desprenderse del balón lo más próximo al tablero o al correr junto a mí mientras dejaba escapar, casi sin aliento y con voz jadeante, alguna broma para debilitar mis piernas y alzarse con la victoria. En el recreo siempre estaba alegre. Sobre todo al saltar a por un rebote o al escuchar el timbre para marchar corriendo a toda prisa hacia la cancha).

Yo: ¿Qué has aprendido trabajando y buscando empleo estos dos años, con solo el graduado en ESO?

Luis: (Sus labios se endurecen y los empuja levemente hacia el centro de su boca) Que la vida es complicada. Muy dura…, muy, muy dura. Que los sueldos son una basura comparado con los alquileres. Que por muy bien que te caiga una persona siempre va a intentar sobrevivir ella antes que tú. Siempre hay que andar con un ojo avisor. En los trabajos que he estado eso era una leonera. Hay otros sitios en los que los compañeros han sido maravillosos. Depende de la suerte. Por poca gente metía la mano en el fuego. Y trabajando he aprendido que la vida es muy dura.

Los lerdos

(Luis abandonó su antiguo hogar, donde convivía con sus padres, al conseguir un primer empleo de agente de seguros. Allí conoció a una chica, mayor que él, y se enamoraron. Bajo el influjo de esa nueva compañía él decidió aceptar la invitación de vivir en el piso junto a ella, por lo que tuvo que involucrarse en el pago del alquiler. Ambos recibían y aceptaban ofertas de empleo  que no resultaban de su agrado, pero eran las únicas vías posibles de asumir todos los gastos. Por ejemplo: trabajador de seguros o camarero, las dos labores que ha ejercido Luis en este periodo de tiempo. Actualmente, él sueña con ser policía nacional y volverá a matricularse en Bachillerato).

Yo: ¿Dónde crees que has tenido que pensar más: en tu etapa estudiantil o ahora?

Luis: Estar en el colegio no me ha ayudado a pensar. Si me hubiera ayudado a pensar, seguramente no hubiera dejado 2º de Bachillerato. No hubiera cometido los errores que cometí. Pienso que la educación actual es para lerdos. El instituto es para lerdos. Te dan un temario, lo memorizas y haces el examen. No tienes que pensar nada. Siendo un lerdo apruebas, con un fisco de memoria. Hay que decir que existen profesores bastante profesionales que te abren la mente. Pero la mayoría, simplemente, te entregan un papel y te exigen que lo estudies y apruebas el examen. Tras terminar el instituto y salir a buscar trabajo te va ayudar en lo básico.

La crudeza

(Tras un breve silencio, cambia de tema. La conversación se ramifica, como todo fenómeno natural, y nos adentramos en otras cuestiones de naturaleza más personal y concreta. El lenguaje se transforma poco a poco, gradualmente, adquiriendo una entonación más íntima y evocando palabras como “sueño”, “pesadilla”, “crisis”, “apoyo”, “familia”, “vacío”, “solo”, “Dios”, “madurez”... Le escucho. Decido seguir el transcurso natural del diálogo, a ver a dónde nos lleva)

Luis: Hoy vivo solo. Bueno, ya te lo he dicho. Vivir solo es: si no tienes sueldo, no comes. Gracias a Dios siempre he tenido el apoyo de mis padres. A mí no me ha faltado de nada. SI no hubiera tenido a mis padres no hubiera tenido que comer. Me refiero a ir a la cocina, ver todo vacío y tener la cuenta en cero. O no poder pagar la operación de mi perro para que le curaran la pata. Gracias a mi padre pudimos hacerlo. Prácticamente, tener una mascota es un lujo.

Yo: ¿Qué pensaste cuándo abriste la nevera y no viste nada?

Luis: Menos mal que tengo a mis padres… Pero imagínate que no tienes para comer. ¿Qué tengo?, ¿Cómo salir adelante?, ¿Cómo con un salario de 720 euros voy a pagar un alquiler de 600?, ¿Y los gastos en comida o en transporte?, ¿Es una buena vida eso? Hubo una época en que trabajaba seis días en semana. Salía de mi turno a la madrugada, tuve problemas con mi pareja. No la veía. A lo mejor trabajaba cincuenta y pico horas semanales. A mi familia no la veía. El día libre, aparte de descansar, debía decidir si veía a mis amigos, familiares… O hacía una chuletada para reunirlos a todos o no los podía ver. Había que elegir. Y el resto de días me levantaba a mediodía, ya que salía de trabajar del bar a las tres o cuatro de la mañana. Para después entrar a las cuatro de la tarde. Y encima llegar a final de mes y decir “no tengo para comprarme una lata de atún en aceite de oliva”, “no puedo comprar una garrafa de aceite”, “ni papel higiénico”… Te estás matando a trabajar, no ves a tu familia y no llegas a final de mes. Pierdes calidad de vida. ¿Para qué trabajas?... Menos mal que tengo a mi perro.

Yo: ¿Tu perro?

Luis: Sí, mi perro. Mi perro. Me ayudó a pasar la crisis con mi novia, estuvo ahí todas las noches que llegaba agotado de trabajar. Para mí el perro es… lo siento mucho, quizás es una locura, pero si tengo elegir entre él o alguna persona que desconozca… escojo a mi perro. Mi mayor apoyo. Elijo a mi perro.  

El sueño

(A veces me pregunto qué soñará la gente. Cuáles son las imágenes más recurrentes que les asaltan mientras duermen. ¿Se acordarán de los símbolos o arquetipos que asoman por la ventana del sueño? Erich Fromm, el psicoanalista y filósofo alemán, afirmó que el hombre está más despierto al soñar, ya que las pasiones, miedos o anhelos más profundos se liberan de forma absoluta, bizarra y poética en sueño. El inconsciente nos habla, el miedo se dibuja en un rostro sombrío sin ojos y el deseo en unos pechos y muslos al descubierto. El espíritu o la irracionalidad, como queramos llamarlo, se revela ante los ojos cerrados del soñador. Se ve a sí mismo, por dentro, como en un espejo).

Yo: ¿Sueles soñar?

Luis: Sueños…, pero sueños prescindibles. Que no me causan nada. Residuales.

Yo: ¿Y te acuerdas de alguno reciente?

Luis: Sí…, sí. Me acuerdo de uno que tuve recientemente. Mi perra falleció hace unos meses. Recuerdo que había una especie de mala energía intentando atraparme, me seguía. Como cuando vas solo por la calle y, de repente, sientes que alguien te mira. Notaba que algo me perseguía. Pero tenía a mi perra. Tenía la imagen de mi perra a un lado y me tranquilizaba. Presentía una mala energía y veía a mi perra, muy luminosa. Solo me miraba.

Yo: ¿Y te acercabas?

Luis: No. Simplemente la miraba y me sentía bien. Los sueños son un mundo que…, no creo que lleguemos a entender nunca… Se sienten. También recuerdo una pesadilla… (Humedece el gaznate con un pesado trago de saliva. Deja  escapar un leve suspiro y estira los labios) No me considero una persona inmadura. Llevo dos años viviendo solo…, sin mis padres. Tengo mi trabajo y mi vida. Y que un sueño provoque que me quede en la cama, cinco minutos tapado y agarrado a la sábana, como un niñito de seis años… Son poderosos.


Las olas continúan estrellándose contra las altas rocas del charco. Fragmentos de espuma blanca brincan hacia el cielo, vuelan, y se derrumban sobre las duras y rugosas piedras. El agua se estanca en microscópicas lagunas apropiadas por diminutos cangrejitos escondidos bajo frágiles caparazones de espiral. El mar prosigue la monótona, firme e insaciable marcha. Cada vez más violento, más ruidoso, más escandaloso, más presente. Las olas chocan contra la incorruptible piedra y el mar se rompe y vuelca sus pedazos contra la tierra. Luis, tras contar lo ocurrido con la pesadilla, escruta el horizonte en silencio. Me aparta la mirada. La conversación se detiene, se estanca. 

El mar viste un traje azul eléctrico, violáceo. Parece que una luz fosforescente alumbra bajo el océano. De repente, se escucha un ligero y agitado eco de pasos cortos y precoces. El ruido se aproxima despacio hacia nuestras toallas. Luis se gira y descubre a un yorkshire terrier junto a un pescador armado con una caña y un cubo. El perrito, se detiene, le lanza un agudo y desesperado ladrido al ver que Luis lo mira con contenida ternura. Todo el sol se posa sobre los pequeños lomos peludos del perro que tiembla nervioso ante cada ladrido. Me fijo en los ojos marrón avellana o marrón nuez de Luis. Hay un ligero tintineo de estrella y, sin advertirlo y con los ojos casi cerrados, deja que sus minúsculos dientes, poco a poco, dibujen una verdadera y sonora sonrisa. 

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