Recuerdo vivamente, como si se tratase de un acontecimiento capital e iniciático, la primera vez que observé con escandalizada curiosidad todos los garabatos, confidencias y lujuriosas peticiones expuestas en la puerta del baño de una universidad pública. Aquel caótico espectáculo pintarrajeado, y como arañado por los cerebros más desquiciados y febriles de Tenerife, me inspiraba más interés que todas las visitas escolares al laberinto de espejos del Museo de la Ciencia o todas las filantrópicas novelitas leídas en clase. ¡Qué suplicio toda aquella literatura moralista, toda ese déficit de pathos trágico! Si yo fuera profesor de Lengua y Literatura amenazaría a los quinceañeros con no pasar de curso si no leen y escriben el correspondiente ensayo crítico de Así habló Zaratustra, Macbeth o Medea... Inquietarles (más que sea) un poquillo, iniciarlos en los vértigos del saber de la verdadera naturaleza humana, plantearles interrogantes radicales: ¿para qué vivir ante la perspectiva de la irrefutable caducidad del universo?, ¿por qué debemos «formarnos» para administrar nuestra energía psicosomática en los rutinarios quehaceres de una misma actividad para toda nuestra vida?, ¿por qué es posible o no «la felicidad» en nuestra sociedad capitalista de consumo y fetichista de todo género de desigualdades?…
Pero este cuestionario de preguntas no es el tema que compete a esta columna. No pretendo zarandear al lector como si fueran el alumnado de mi colegio ideal. Aquí solo busco componer una semblanza, una oda, a la literatura realista y al arte gráfico del baño. Nunca una literatura dio muestras de tanta honestidad intelectual como aquel hombre que, al terminar de limpiarse el culo, extrajo un bolígrafo de su mochila universitaria para describir con minuciosidad sus filias sexuales y anotar, a modo de epílogo, su número de teléfono. Todo su ardor al desnudo, expuesto al juicio público... Si la sinceridad y la valentía son una cualidad artística, los autores de baño deben figurar como integrantes del canon, modelos a seguir por los jóvenes aspirantes a la gloria literaria.
El sexo, la política y el chisme son los temas recurrentes de este género. La filtración de los trapos sucios de fulano o los eslóganes de entusiasmos progresistas ocupan su justo lugar en este lienzo atiborrado de penes, firmas barrocas o monigotes gozando de un orgasmo. Lo esencial del corazón del animal humano, su violenta intimidad, está ahí y no en los libros. Parece que la página de word o el folio en blanco nos vuelven más pudorosos, más comedidos, que las puertas del excusado. Extraña y magnética atracción la de ese armazón de madera o hierro que sustituirá al confesionario, a la sesión del psicólogo y al negocio de la literatura... Imagínense la intensidad de una furia tan incontenible que debe ponerse al servicio de la escritura de un insulto a Pedro Sánchez, Abascal, Yolanda Díaz o cualquier otra divinidad antes de salir al lavabo, que no puede esperar a transfigurarse en un tweet, que debe quedar inmortalizada en el baño de una estación de guaguas, la universidad o un antro de puretas desengañados. ¡Eso sí que es apremio vital de escribir! ¡Genuina inspiración!
A falta de encontrar un atisbo de verdad en las cursilerías ofertadas por las librerías, acudamos a rastrear honestos fragmentos de confesiones dispares, heterogéneas, de todo quisqui, al baño más cercano... Quizá ahí sí que encuentren el retrato, la fidedigna y enfermiza caricatura, de nuestra época más necia, triste, agonizante…