Al abrir los ojos descubrí que estaba en una habitación forrada de espejos. Recuerdo buscar, agobiado por una sensación de claustrofobia, una puerta o algo que recordase la forma de un pomo o de una cerradura. Pero nada. Me faltaba aliento y me sentía como la típica larva, arañita o caracol que un niño encierra en un tupper. Un bichito que se estampa, una y otra vez, contra los límites de una caja y que parece preguntarse con cada impotente golpetazo contra la pared: «¿Dónde estoy?». 

Nunca podré olvidar la luz de la habitación. Aquella luz blanca, como de ambulatorio, dotando de un aire enfermizo a mis costillas, a los huesos de la mandíbula o a la pronunciada cuenca de unos ojos que parecían, en esos espejos, no contener nada. 

Al cerciorarme, por vigésima o trigésima vez, de que no había salida, sentí pánico. Pero decidí reprimir ese sentimiento de horror. Tal vez todo esto fuese una pesadilla. Pero uno sabe siempre, en el fondo, cuándo está soñando. Y es que al soñar no sientes frío. Como si el sueño nos protegiese siempre del frío. Y yo en aquella habitación estaba helándome de miedo y frío.  

Sé que estuve paralizado por el pánico más de quince minutos, quizás treinta, cincuenta, una hora, dos, tres, tal vez más... Al no existir ninguna señal del mundo exterior no podía saber si era de día, de tarde o de noche. Me habían quitado mi reloj, mi móvil, mi ropa, todo. Estaba desnudo, sin nada, y rodeado de espejos en los que solo veía la triste imagen de un hombre asustado. Me avergonzaba ver que yo era eso: un animalillo muerto de miedo encerrado en una caja. 

Terminé desplomado en el piso, tiritando de frío, de espanto... Toda la habitación apestaba a mi sudor. Sentía la boca seca, como si hubiese tragado y masticado puñados de tierra. Me dolía la garganta de tanto gritar, de pedir ayuda en vano. Mis brazos, amoratados de luchar contra los espejos, temblaban de dolor y pesaban como si los hubiesen llenado de piedras en lugar de huesos. 

Visualizo perfectamente cómo negaba con la cabeza, convenciéndome a mí mismo de que todo aquello no debía estar pasándome a mí. Vivía atrapado en una especie de pesadilla. Prefería morir o la locura más extrema antes que seguir contemplándome en todos esos espejos, antes que seguir fantaseando con la posibilidad de una salida. 

Cerré los ojos. No quería volver a abrirlos nunca más. Preferí permanecer en esa oscuridad. En ese espacio indefinido al que siempre podemos escapar si bajamos los párpados. Esas tinieblas… Esa noche como de cielo virgen de estrellas... Solo el frío, yo y la oscuridad. 

Desde entonces he aguantado con los ojos cerrados en este extraño mundo. Acurrucado y encogido, como en posición fetal o protegiéndome de algo, en el centro de esta sala. Sin poder dormir, condenado al insomnio. 

De vez en cuando entreabro un pelín los ojos y observo que todo permanece igual que el primer día. El único cambio que percibo son los pedazos de carne que irrumpen misteriosamente de uvas a peras y como para no matarme de hambre. Sigo cerrando con fuerza los ojos, como queriendo enterrarlos en mi cara. 

¿Cuántos días, meses, años, décadas, siglos ha durado este encierro?… Siento que mi piel envejece, se torna flácida, cada vez más arrugada, más débil… Crece mi barba, crece el peso de mi cuerpo, crece el peso del tiempo desperdiciado en este antro... 

Siento que hace muchísimo años que no abro los ojos. Los párpados ya se me han pegado, como cosidos al rostro. Debería realizar un esfuerzo inhumano para despegarlos, pero no quiero. No quiero volver a ver más. No quiero buscar una puerta, una salida que sé que no existe. 

No tengo esperanza. Me siento viejo, enfermo, acabado… Paso mis días imaginando la otra vida, lo que hubiera sido de mí si no me hubieran encerrado en esta sala de tortura. A veces esas fantasías de felicidad son tan intensas que las confundo con la realidad. Y me ves hablando entusiasmado, riendo a carcajadas  o bailando un vals desnudo, solo y loco en esta habitación... Siempre con los ojos cerrados, como durmiendo, como si sonara música, como si hubiese, aquí, alguien más...

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